El Valor del Anillo

Este cuento filosófico nos cuenta que todos
llevamos dentro algo de valor incalculable.
Sin embargo, no todo el mundo es capaz de
ver nuestras virtudes, así que no hay que
dejarse llevar por la frustración. Llegará el
momento en el que consigamos sacar lo
mejor de nosotros mismos.
Agobiado por sus conflictos internos, un joven alumno fue a visitar su anciano profesor. Y entre lágrimas,
le confesó: «He venido a verte porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas ni para levantarme
por las mañanas. Todo el mundo dice que no sirvo para nada, que soy inútil y mediocre. ¿Qué puedo
hacer para que me valoren más?» El profesor, sin mirarlo a la cara, le respondió: «Lo siento, chaval, pero
ahora mismo no puedo atenderte. Primero debo resolver un problema que llevo días posponiendo.» Y
haciendo una pausa, añadió: «Si tú me ayudas primero, tal vez luego yo pueda ayudarte a ti.»
El joven, cabizbajo, asintió con la cabeza. «Por supuesto, profesor, dime qué puedo hacer por ti.» Pero
más allá de sus palabras, el chaval se sintió nuevamente desvalorizado. El anciano se sacó un anillo que
llevaba puesto en el dedo meñique y se lo entregó al joven. «Estoy en deuda con una persona y no tengo
suficiente dinero para pagarle», le explicó. «Ahora ves al mercado y vende este anillo. Eso sí, no lo
entregues por menos de una moneda de oro». Seguidamente, el chaval cogió el anillo y se fue a la plaza
mayor.
Una vez ahí, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Pero al pedir una moneda de oro por él, algunos
se reían y otros se alejaban sin mirarlo… Derrotado, el chaval regresó a casa del profesor. Y nada más
verlo, compartió con él su frustración: «Lo siento, profesor, pero es imposible conseguir lo que me has
pedido. Como mucho me daban dos monedas de plata. Nadie se ha dejado engañar sobre el valor del
anillo.» El anciano, atento y sonriente, le contestó: «No te preocupes. Me acabas de dar una idea. Antes
de ponerle un nuevo precio, primero necesitamos saber el valor real del anillo. Anda, ves al joyero y
pregúntale cuánto cuesta. Y no importa cuánto te ofrezca. No lo vendas. Vuelve de nuevo con el anillo.»
Y eso fue lo que hizo el joven. Tras un par de minutos examinando minuciosamente el anillo, el joyero lo
pesó y con un tono de lo más serio, le indicó: «Menuda maravilla que has traído. Dile a tu profesor que
esta joya vale como mínimo 50 monedas de oro». Y el chico, incrédulo, se fue corriendo para
comunicárselo a su profesor.
El chaval llegó emocionado a casa del anciano y compartió con él lo que el joyero le había dicho.
«Estupendo, gracias por la información. Ahora siéntate un momento y escucha con atención», le pidió. Y
mirándole directamente a los ojos, añadió: «Tú eres como este anillo, una joya preciosa que solamente
puede ser valorada por un especialista. ¿Pensabas que cualquiera podía descubrir su verdadero valor?» Y
mientras el profesor volvía a colocarse el anillo en su dedo meñique, concluyó: «Todos somos como esta
joya. Valiosos y únicos. Y andamos por los mercados de la vida pretendiendo que personas inexpertas nos
digan cual es nuestro auténtico valor.»
Cuento extraído del libro “26 cuentos para pensar”, de Jorge Bucay